jueves, abril 13, 2006


DANIEL ALVAREZ elmundo-lacronica.com
Viernes Santo republicano
Mañana se cumple el 75 aniversario de la proclamación de la II República. La mataron con una guerra y le echaron tierra encima durante 40 años pero no han podido acabar con su recuerdo. Ya lo decía el maestro de La lengua de las mariposas: «Si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad». Muy bonito para una película. Pero la realidad es mucho menos respetuosa con nuestro primer ensayo democrático.
Los que fueron niños de la guerra, que ya son casi los únicos que quedan de aquella, salvo raras excepciones, siguen creyendo que la República fue un engendro impuesto por los comunistas de Moscú y juran y perjuran que en aquel periodo nunca hubo elecciones. Los gobiernos republicanos de derechas, que los hubo, y el sufragio universal, que llegó entonces, son inventos de los historiadores.
El cacao mental que tienen al respecto las nuevas generaciones empeora aún más las cosas. Hay chavales que creen que la República se estableció con un golpe de estado y que Franco devolvió el país a la legalidad. La historia al revés.
Debemos ser el único país democrático del mundo que ha dado la espalda a sus orígenes y que no ha buscado la continuidad con sus antecedentes históricos. Una de las consecuencias más claras de esa amnesia colectiva es que se ha necesitado muy poco para comenzar a cometer los mismos errores del pasado. El fantasma de las dos Españas planea de nuevo y hace no mucho hasta hemos vuelto a escuchar algún ruido de sables.
Las celebraciones del 75 aniversario de la República pasarán y vendrán otras. Sin ir más lejos, este mismo año también se cumplen siete décadas del inicio de la guerra civil. A este respecto, seguimos con el debate de equiparar las culpas entre los dos bandos. Incluso asumiendo un hipotético e injusto reparto del 50%, la mitad que perdió la contienda pagó sus supuestos pecados con la muerte, la cárcel, el exilio o la depuración. ¿Qué precio ha pagado la otra parte?
Durante estos días de efemérides republicana, algunos medios de comunicación, incluidos los nacionales, se han acordado de que Sahagún fue, junto con Eibar, el primer municipio que proclamó la República en España, lo que le valió un reconocimiento del Gobierno. El decreto de Muy Ejemplar Ciudad estuvo oculto hasta 1988 tras un cuadro de Primo de Rivera. El alcalde republicano, Benito Pamparacuatro, fue nombrado ayer Hijo Predilecto de la villa, pero no por unanimidad. El PP se dividió entre la abstención y la oposición manifiesta. Pamparacuatro acabó paseado en San Andrés del Rabanedo y no se sabe nada de sus restos. Su segundo apellido era Franco.
Pero la historia está cargada de otras muchas ironías. Es una ironía que el artífice de la Transición, Adolfo Suárez, padezca una enfermedad que le ha llevado a olvidarlo de todo. También es una ironía que el anarquista Durruti y el falangista Primo de Rivera murieran el mismo 20 de noviembre de 1936. Es una ironía que el 75 aniversario de la proclamación de la II República coincida con el día de Viernes Santo. Quizá no tanta si todo el mundo supiera que su primer presidente, Niceto Alcalá Zamora, era de misa diaria. Lo peor es la ignorancia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Solo una pregunta inocente y políticamente incorrecta: ¿Cómo sería la represión republicana de haber resultado ganadores?
Cuando haya otra guerra civil a muerte entre las dos Españas que se dan prisa ahora en perfilar de nuevo... y la ganen los del abuelísimo, ya me contestarás caso de que te dejaran sobrevivir.

Anónimo dijo...

NO es de extrañar que José Luis Rodríguez Zapatero, poseedor de una cultura de almanaque, sienta la emoción del 14 de abril en el 75º aniversario de la proclamación de la II República. Pero, ¿de qué República hablamos a la hora de los recuerdos? Hubo una, liberal y burguesa, impulsada por José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Ramón Pérez de Ayala... que no es, evidentemente, la que añoran y reivindican en su espíritu el hoy presidente del Gobierno y sus más radicales y fervorosos amigos separatistas. La otra República, la que terminó alzándose con el santo y la limosna, la rotunda y excluyentemente marxista que cuajó en el Frente Popular, la vertebrada por el PSOE, es la que inspira la memoria de Zapatero y, por ello, la que hoy impregna el sentimiento de aquéllos que mantienen encendida una luminaria roja con gorro frigio que muy poco tiene que ver con la realidad.

Ser republicano es, por supuesto, tan serio y respetable como no serlo; pero centrar el espíritu de la República en el fracaso de la proclamada en 1931 es, muy en la línea española más clásica, como celebrar la batalla de Trafalgar. Sólo aquí nos complacen las derrotas y nos encandila regocijarnos con su memoria. La ambición de una III República, una quimera que no parece latir en los pulsos ciudadanos, podría ser algo con sentido; pero la añoranza de la II, culminación de la desgracia nacional, sólo acredita en sus nostálgicos la incapacidad para liberarse de apriorismos y ver el pasado con la nitidez que exige el paso del tiempo.

Decía Niceto Alcalá Zamora, ya en su exilio de Buenos Aires, que «cada cual suele llamar desgracia a las culpas propias y culpa a las desgracias ajenas». Es el caso de un personaje como Zapatero que, puestos a ser socialista, prefiere el modelo de Indalecio Prieto, o quizá de Francisco Largo Caballero, que el más asentado y democrático de Julián Besteiro. Esa ensoñación, dicen que hereditaria, sólo acredita la incomprensión del pasado en relación con un mundo nuevo, el nuestro, en el que las radicalizaciones ya no tienen sitio y la izquierda encuentra dificultades para su propia definición en el ámbito de los países desarrollados.

En la efeméride del 14 de abril parece claro que la República comenzó a fraguarse en septiembre del 23, con la dictadura de Miguel Primo de Rivera. No se puede renunciar a los supuestos democráticos ni por razones de fuerza mayor y la consecuencia inexorable termina siendo una reacción revolucionaria más o menos descarada en sus formas. Ahora, Zapatero, en un nuevo alarde de política-ficción, sin entender el tracto de la Historia y con el endeble punto de apoyo de una lágrima familiar, quiere centrarnos en una República que nunca existió y llegar a la canonización civil de Manuel Azaña. Sería divertido de no tratarse del jefe de Gobierno de un Estado que tiene las costuras flojas.