lunes, febrero 20, 2006

Javier Santiago

TRAS LAS HUELLAS DEL LOBO
JAVIER SANTIAGO EL MUNDO- LACRÓNICA
Los lobos escriben sus huellas en la nieve. Dejan marcada su senda de eternos huidos. Se pierden sigilosamente entre las urces y observan asomados desde las peñas, protegidos por una oscuridad que es su cómplice. Ambos dan un miedo ancestral que es su principal defensa y su principal enemigo.
Protegido por el calor de los amigos me sumergí tras las huellas del lobo. Con la luna marcando el camino y un viento hechicero, tragasables, seguí su rastro fugitivo por los curtidos montes ancareses. Apenas pude sentir jirones de su espíritu prendido entre los robles, pero estoy seguro de que él nos observaba con su mirada escéptica y torva. Haría cosquillas con un colmillo al reflejo de los astros y tendría erizados algunos pelos del lomo, inquieto por la presencia del grupo de intrusos, pero seguro en su guarida, excavada en las entrañas de la noche.
Allí, a la merced de los fantasmas de las tinieblas, el hombre es el ser más torpe de la creación. Los búhos le hacen burla con sus bromas desde la distancia. Las raposas vienen y van. Quizá se te cuelen entre las piernas sin que tú sepas oler las briznas de su pelo. Sientes la presencia de las serpientes e intuyes, allá en lo alto de las montañas, la majestuosa presencia del gran oso.
Si tus oídos son sensibles al canto del bosque, puedes encontrar el consuelo de la presencia amistosa de los arroyos. Si alguna vez te has mojado los pies al vadear un río o has saciado tu sed clavando las rodillas en tierra, el reguero será tu aliado. Su murmullo te marcará el camino y su aliento, a veces cortante, te permitirá renacer en los momentos de duda.
Pero el resto del monte no baja la guardia. Sabe que en ti puede tener al peor enemigo. Por eso los árboles agitan sus ramas, tostadas en esta época del año, para fabricar un crujido que te atraviesa el alma y que reaviva viejos temores de la infancia. Los robles y las encinas se aprovechan de la noche y conjuran a los demonios, como hace el hombre cuando convierte su temor y su miseria en fuego asesino.
En la noche, infiltrado en las entrañas del bosque, uno puede percibir ese misterio y puede sentir ese miedo. Pero la naturaleza sabe reconocer a los suyos. Así, cuando ya has dejado tus marcas sobre la nieve, cuando ya has descubierto tus cartas de partida perdida, cuando los corzos ya han podido oler la palma de tus manos, se produce el milagro. El monte vuelve a la calma y permite tu presencia. Quizá, si la noche es buena y el frío no tiene un día asesino, se produce el milagro.
Entonces uno puede encontrarse en un claro, rodeado por la calidez de árboles protectores y por la música de un arroyo alegre y confiado. Puede mirar hacia el cielo y ver las estrellas sonrientes, como camaradas que celebran una fiesta a la orilla del océano. Puede sentir cómo sus pies echan raíces tímidamente y cómo las zarzas se convierten en viveros de moras. Puede ver cómo las sombras dejan de anunciar diablos y empiezan a dibujar conejos en busca de algún brote tierno. Puede disfrutar de otro lado de la amistad, ese en el que la compañía se celebra en silencio, a base de miradas y gestos.
Y puede que, si la noche es de gloria y todos los duendes del bosque están de tu parte, algún viejo lobo se digne a saludarte con su aullido
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Los tiempos han cambiado en el Bierzo. En la de finales de los 50 se puede ver como los aldeanos paseabancon orgullo el lobo cazado. Dicen que estos hombres eran unos pequeños héroes que recibian en su paseo triunfal obsequios,.. y sobre todo lagloria.

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