jueves, marzo 02, 2006

SANTIAGO MACIAS
Todo un éxito

Dice el PP y el presidente de la AVT, Francisco José Alcaraz, que la manifestación del sábado pasado en Madrid fue un éxito rotundo, secundado por casi dos millones de personas. Sin embargo, la Delegación del Gobierno en la Comunidad, tomando como referencia imágenes aéreas de la marcha y con un cálculo simple –y bastante generoso– de tres personas por metro cuadrado, rebajaba ostensiblemente la cifra aportada por los primeros, que hubiera supuesto la friolera de treinta personas en igual superficie. Sin embargo, tanto la presidenta de la Comunidad madrileña, Esperanza Aguirre, como los voceros de la cadena de los obispos, en su línea habitual de propagar la doctrina cristiana y el amor al prójimo, cargaban con dureza contra el encargado de facilitar los datos, el delegado del Gobierno, Constantino Méndez, pidiendo su dimisión inmediata, eso sí, sin aportar un cálculo contradictorio a las cifras aportadas por éste. Pero lo cierto es que, dependiendo del cristal con que se mire, puede que no les falte razón en cuanto al éxito obtenido a los miembros del único partido político que secundó la marcha; no en vano, lograron reunir en ella a los sectores más afines a la política llevada a cabo por el Partido Popular en los últimos tiempos; allí estaban, entre banderas preconstitucionales, personajes de la talla del ultraderechista Ricardo Sáenz de Ynestrillas o el antiguo dirigente de Fuerza Nueva Blas Piñar, secundados por la plana mayor de la Falange y un buen puñado de representantes del Carlismo. Para un verdadero demócrata, el hecho de ver a toda aquella camarilla tras la pancarta que pedía «Memoria, dignidad y justicia» debería ser la mejor prueba de que la convocatoria fue un fracaso total. Pero, insisto, para un verdadero demócrata. Esas eran las imágenes que nos dejó la marcha del sábado pasado. Y si éstas fueron vergonzosas, los sonidos no le fueron a la zaga: Entre los asistentes se pudieron escuchar gritos como: «Zapatero, vete con tu abuelo» e incluso alguna pancarta que llevaba escrito ese mismo lema. Aquel grito fue secundado por cientos de personas, ante la sonrisa complaciente de Aznar, Rajoy, Acebes, Zaplana y compañía. Así, una marcha que debería haber sido convocada por la paz y el derecho a la vida, se convertía en una clara apología de la muerte. Que Zapatero se vaya con su abuelo significa ponerle ante un paredón para fusilarle, al igual que hicieron con el capitán Lozano aquel 18 de agosto de 1936, el mismo día en que otro grupo de golpistas asesinaba a Federico García Lorca en el Barranco de Víznar. El primero, por cumplir con el orden constitucional de la II República; el segundo, por tener una inclinación sexual, algunos de cuyos derechos recientemente obtenidos, también sacaron en su día al PP a la calle, secundado por la plana mayor de la Conferencia Episcopal. Todas las víctimas merecen el mismo respeto; las del franquismo también vieron asesinar a sus seres queridos, pero a ellos les tocó vivir durante cuarenta años en un país gobernado por los asesinos, sin ayuda alguna del Estado ni el reconocimiento social al que también tienen derecho.

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